Crepuscle, de Stephenie Meyer
(Twilight)
Santillana / Alfaguara
Barcelona, 2009 [2005]
Permitan que me ponga teórico. Es perfectamente posible achacar el éxito de la serie Crepúsculo en un segmento universal de población a la acumulación de clichés básicos provenientes, por una parte, de la novela romántica y, por otra, de la novela gótica traspasada a un ambiente cercano y contemporáneo de instituto; añádanse unas situaciones de cliffhanging, de riesgo y suspense, también típicas del gótico, y tendremos un producto que apela a las emociones basales adolescentes. Decir que esto se consigue a pesar de una escritura más que discutible según todas las normas de la buena literatura (una situación que es agravada en la edición catalana gracias a una traducción decididamente mala) puede ser válido, pero es una crítica fútil. Los fenómenos de masas tienen causas, y por el momento, reírse de que estas novelas gusten (y gusten tanto) gracias a una supuesta inmadurez del público lector al que van dirigidas puede ser gratificante, de una manera ciertamente esnob, pero no explica absolutamente nada. Los fenómenos de masas tienen causas, y mejor nos irá si las descubrimos.
Las dos características distintivas de Crepúsculo son, por un lado, el vampiro como personaje principal y, por otro, el punto de vista femenino pero no vampírico. Hay una racionalización que hacer ahí, y va por los campos psicológico y sociológico.
¿Por qué el vampiro? Ya desde que Bram Stoker redactó la piedra angular de este mito universal que es Drácula, el vampiro se ha convertido en un arquetipo único. Pero también desde entonces el vampiro ha sido una figura sexual (aunque surgida en la época victoriana, es decir, sin ser explícitamente sexual en su literalidad. Sus connotaciones sexuales hay que buscarlas por implicación). Se trata de una figura potente, con todas las características del seductor. Una figura eminentemente dionisíaca, que además practica un sexo oral sin responsabilidades y sin consecuencias (la figura más emblemática es la apolínea durante el día Mina Harker, abnegada y fiel, que por las noches tiene un dionísiaco abandono en brazos del conde), en el que no se aportan fluidos sino que se retiran.
Si esto fue rápidamente comprendido en la pacata época victoriana, todavía ha llegado a ser mayor, tras su popularización por el cine, el hecho de que los vampiros han sido enormemente populares entre la población adolescente... de sexo masculino. La figura del vampiro es una de dominio, de poder y de potencia, y por tanto es enormemente atrayente para unos muchachos que, en palabras de Stephen King, dominar, lo que se dice dominar, sólo dominan el póster central del Playboy. Las visiones vampíricas femeninas apenas ocuparon lugar en la literatura hasta tiempos más recientes, y la gran novela Carmilla tenía unas connotaciones lésbicas que no vienen al caso hoy.
Pero se estarán preguntando: ¿qué tiene que ver el sexo con Crepúsculo, si no hay sexo en la novela? Bien cierto, parte central del postulado de Meyer es que Edward el vampiro renuncia a sus apetencias, sexuales y de las otras, y que Bella está más que conforme con este amor puro y prístino. Sin embargo, no es del todo cierto que el sexo esté ausente de la novela de Meyer. Ya de principio, una amiga de instituto de Bella expresa su despecho por haber sido rechazada por Edward; una camarera pregunta a Edward si desea alguna cosa más, y Meyer deja muy claro que no sólo se está refiriendo a lo que hay en la carta del restaurante, y eso a pesar de estar Bella delante. El amigo "normal" de Bella, que la pretende al principio, cambia con una facilidad tremenda de objeto afectivo cuando la misma Bella le dice que una amiga se lo mira con buenos ojos. Y el rapto de Bella, por muy vampírico que sea (o precisamente por eso) tiene más de un secuestro para realizar una posterior violación que otra cosa. Hay mucho sexo implícito en la novela de Meyer. De hecho la novela es totalmente sexual, por un hecho: porque trata del celibato voluntario y de la pureza hasta el matrimonio y, si me apuran, hasta después de él. Y aquí entramos ya en la sociología.
El que el punto de vista sea femenino y no-vampírico es importante. Se trata de tener a un personaje que no caiga en lo dionisíaco, que sea totalmente apolíneo, y en este caso la pobre Bella está rodeada de un mundo, insisto, sexual y concupiscente, y además cruel, con sus clases de gimnasia, sus incomodidades adolescentes, etc. Pero un vampiro tiene que ser dionisíaco. ¿O no? Meyer se inventa el vampiro apolíneo. El vampiro que ya no preda a humanos. El vampiro que mantiene un control de sus instintos. El vampiro célibe, en suma.
Meyer no se contenta con ello. Consciente o inconscientemente, sus vampiros "decentes" son blancos, anglosajones y... ¡sí!: protestantes (tienen una cruz en casa, antiquísima y venerable, y ellos mismos descienden de un predicador). Curiosamente, los que miran con desconfianza a estos vampiros y saben de su condición son cobrizos, nativos, y se sospecha que muy cristianos no deben ser. (Por cierto, muy oportuno esto de que la tribu de Washington que es vecina de los no muertos tenga como tótem al lobo; muy convincente, sobre todo de cara a futuras novelas, donde aparecerán hombres-lobo; pero le recuerdo a Meyer que en el noreste de los USA hay unas tribus que tienen como tótem a la tortuga; a ver si hay narices de hacer unos adversarios de los hombres quelonio.) El género de terror (aparte de ser conservador, que lo es, en tanto en cuanto es un guardián de la norma), siempre ha sido muy sensible a los movimientos sociopolíticos, y Meyer, estoy seguro que inconscientemente, ha incluido la gestalt del nuevo conservadurismo en sus novelas. En una sociedad sin valores, concupiscente y depravada, Bella es una buena chica que sólo quiere amor y una existencia tranquila y protegida. Y para dárselo viene, por descontado, no alguien proveniente de esta sociedad sin valores, sino una raza especial, de larga estirpe y raigambre, con dinero, culta, con clase, que es capaz de controlar sus bajos instintos. Que es capaz de abstenerse del mordisco. Y con un Edward sobreprotector, que vela su sueño sin tocarla. Que es célibe pero enamorado.
El vampiro es un mito sexual. Y una de las cosas que provoca en los adolescentes el sexo es miedo. Hay resmas escritas y kilómetros filmados sobre si una chica debe o no debe, o sobre si cree que debe o no con ese chico. Por eso he dicho que era importante que tuviera un punto de vista femenino no-vampírico. Si lo que una chica desea es amor eterno, nada mejor que alguien que no va a morir para dárselo. Si lo que desea es protección, nadie mejor que un superhombre para dársela. Y si a una chica le preocupa el sexo, nada mejor que alguien que se va abstener de hacerlo. No es de extrañar el éxito entre el público adolescente de estas novelas.
La visión que Meyer da del mundo es la de una neoconservadora con connotaciones ultrarreligiosas. Hace trampas continuamente con el mito vampírico, por descontado, vaciándolo de contenido, pero llega un momento en el que no es posible vaciarlo más, o dejaría de ser reconocible. Por eso no puede suprimir todas las connotaciones sexuales que el vampiro tiene (pese a que, cuando Edward habla de la dichosa "esencia" de Bella, parece que esté refiriéndose a un plato de foie-gras a la trufa, pero eso es incapacidad de escritura). Sin embargo, y yendo un poco más lejos, podemos asimilar muy bien a esos vampiros "buenos" e incomprendidos, que tienen que mantener su identidad en secreto, a los buenos y viejos republicanos estadounidenses: de larga tradición, estirpe y no contaminados de moderneces demócratas, son partidarios del sexo sólo en el matrimonio (y con finalidades procreativas) y de acabar con la obscenidad y el libertinaje reinantes en la sociedad. Es incluso posible que Meyer desarrolle el tema políticamente en entregas ulteriores, no lo sé.
¿Sería excesivo decir que Bella es el auténtico espíritu de América, puro e idealista, rodeada de degenerados demócratas, a la que los buenos y viejos republicanos deben proteger? Sin duda, sí. No creo que Meyer tenga inteligencia como para haber incluido esta alegoría por voluntad propia. Pero sí que el mensaje que Meyer, consciente o inconscientemente, refleja en Crepúsculo es el de una ideología reaccionaria, antifeminista, clasista e incluso supremacista.
Portada y sinopsis